para Gentinosina Social
La filósofa y analista política Susan George acuñó en 2016 el término geocidio al que definió como
“la acción colectiva de una sola especie entre millones de especies que está cambiando el planeta Tierra hasta el punto de hacerlo irreconocible e inadecuado para la vida. Esta especie comete geocidio contra todos los componentes de la naturaleza ya sean microorganismos, plantas, animales, o incluso frente a ellos mismos, la humanidad".
¿Hasta qué punto hemos participado en este geocidio contra nosotros mismos? En su último documental, Attenbourough tiene el propósito de llamar nuestra atención y decirnos que aún hay esperanza de revertir el devastador impacto de los seres humanos sobre la vida en la Tierra si actuamos YA. La Agenda 2030 y los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible son una buena hoja de ruta para ello. Todo esto nos lleva a plantearnos una pregunta crucial e imprescindible que nos empuje a la acción: ¿somos conscientes de la huella que nuestras acciones tienen en otras partes del mundo o en el planeta?
Descubríamos hace algunas semanas la campaña en redes sociales #Me_Toca_La_Fibra impulsada por la Asociación de Desarrollo Rurex en el marco del proyecto Slow Fashion. A través de varios clips de vídeos nos dirigen mensajes claros y a tener muy en cuenta sobre lo que supone un consumo “compulsivo” de ropa, invitando a la ciudadanía a pensar en lo que hay detrás de la industria textil: ¿cuál es la historia de tu ropa?
Esta puede ser una. En 2014, Primark afrontó algunas semanas difíciles en cuanto a su imagen pública al hacerse viral los mensajes de socorro encontrados por algunas clientas en etiquetas de prendas de la marca que alertaban sobre el trabajo extenuante de las personas que habían participado en su confección. Un año antes, la misma compañía estuvo en el punto de mira debido al fatídico derrumbe del Rana Plaza en Dacca, Bangladesh, que causó la muerte de más de 1.100 personas y dejó alrededor de otras 2.000 heridas, trabajadoras y trabajadores de talleres textiles para el gigante de la ropa low cost y de otras firmas como El Corte Inglés, Mango o Benetton. |
Además, hoy sabemos que la industria de la moda es la segunda mayor fuente de contaminación del mundo, por detrás de la industria del petróleo. La fuerte demanda vinculada al “consumismo programado” provoca una superproducción de prendas – unos 100 mil millones al año- responsable del 8% de emisiones de CO2, de un consumo anual de agua de 387 mil millones de litros, del 35% de los microplásticos presentes en mares y océanos y de la contaminación de aguas derivadas, entre otros, del teñido de tejidos, en muchas ocasiones realizada con sustancias químicas prohibidas en Europa por su toxicidad y que ponen en peligro a personas y ecosistemas.
Tu champú puede acabar con los bosques de Borneo
“Hay un orangután en mi cuarto y no sé qué puedo hacer...” así comienza el vídeo de una campaña de sensibilización de 2018 de Greenpeace sobre el uso aceite de palma en productos cosméticos y alimenticios.
Si bien gracias a una intensa publicidad negativa contra el aceite de palma en productos comestibles, la sociedad ha tomado rápidamente conciencia de los efectos negativos de los productos que contienen ese ingrediente, rechazándolo, en consecuencia, no ha ocurrido lo mismo con otros productos como los cosméticos, jabones, detergentes y otros productos de limpieza. |
La palma africana para producir este aceite se cultiva principalmente Indonesia y Malasia, que concentran el 85% de la producción mundial. Pero también se produce en Papúa Nueva Guinea, Colombia, Tailandia, Camboya, Brasil, México y África occidental. El aceite de palma es el aceite más utilizado en todo el mundo, lo que se ha traducido en ser responsable de la deforestación en Malasia e Indonesia, donde se han perdido superficies de selva tropical equivalentes al tamaño de Alemania. Las consecuencias inmediatas: incendios, emisiones de CO2 o la casi desaparición de especies como el orangután en las islas de Borneo o Sumatra.
Distintas ONG internacionales han denunciado el uso de mano de obra infantil en las plantaciones además de la intoxicación de trabajadores por el uso de productos tóxicos. La vorágine de reconvertir espacios naturales en zonas de plantación también es responsable del desplazamiento de pueblos indígenas y de amenazas de muerte a la población, según Amnistía Internacional.
No hay un Planeta B
“El aleteo de las alas de una mariposa se puede sentir al otro lado del mundo”. Este proverbio chino es parte del fundamento del conocido “efecto mariposa” que alude a que una acción determinada puede provocar un efecto impredecible y desproporcionado con relación a la situación que la originó. Seguramente la persona que comió un yogur Yoplait (marca que dejó de fabricarse en 2001) y cuyo envase probablemente desechó en algún lugar impreciso en la década de los 70, no estaba pensando en que la tarrina de su yogur sería encontrada en 2020 en la playa de Denia. Muchos de esos “Yoplait” han hecho que miles de pescadores españoles incluyan hoy entre sus especies de pesca a los “residuos marinos” a través de proyectos como Upcycling the Oceans, gracias al cual se han recuperado 459 toneladas de residuos desde 2016. Los plásticos PET (derivados del petróleo) que recuperan del mar reconvierten en hilo de primera calidad para ser utilizado en la industria textil. Recuperar los ecosistemas marinos, promover una moda más sostenible y ofrecer alternativas a los profesionales de la pesca -que sufren el impacto de la contaminación de los océanos traducido en falta de especies- son los principales objetivos de este proyecto.
Tampoco está en nuestras mentes que lavarnos el pelo puede suponer una amenaza para la vida de especies (incluida la humana) en otra parte del planeta, o que nuestra forma de vida y el consumismo voraz tenga algo que ver con la casi desaparición del lago Chad y la migración de las comunidades de pescadores hacia otros países buscando un medio de subsistencia. |
El efecto mariposa aplicado a esta reflexión sobre nuestra huella en el planeta no es estrictamente preciso, pero desde luego es una buena forma de ilustrar cómo los “aleteos” en una parte del planeta han tenido unas consecuencias nefastas para toda la población mundial en su conjunto. Además de tomar consciencia de ello, exigir a las instituciones a todos los niveles que actúen también debe ser parte de nuestra tarea, así como abogar porque industrias como la cosmética, la alimentaria o la textil sean más sostenibles, justas y asequibles para todas las personas. Y todo ello debe ser parte de un compromiso inmediato por el planeta, de cumplir unos objetivos como sociedad porque no hay un planeta B. Aún hay esperanza, dice Attenborough, aún estamos a tiempo de tomar partido por la Tierra y por un futuro justo para toda la humanidad.
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