Es difícil explicar las emociones producidas cuando viajas a determinados sitios del planeta alejado de los focos turísticos y de las aglomeraciones de 'cazadores de selfies'. También es complejo definir cuando conoces la realidad y el día a día de las personas que viven en esos lugares. Cómo nacen, se relacionan, conviven con su realidad y por supuesto cómo mueren. |
La mirada de Modeste Uno de esos niños es Modeste. Él sufre una desnutrición crónica debido a la pobreza de la región donde vive, entre las fronteras de Burkina Faso y Ghana, en el pequeño pueblo de Sansana. Allí la situación es todavía más complicada, zona de frontera con grupos terroristas actuando y los coletazos de la crisis del Covid que todavía se sienten en una de las zonas menos desarrolladas del mundo. |
La desnutrición trae debilidad y esa debilidad te deja sin fuerzas y frágil ante las enfermedades. Uno de esos problemas de salud es la Malaria, mortal con desnutrición. Y Modeste la ha sufrido varias veces, cada vez ha salido más débil a pesar de los cuidados de su hermana Adeline, poco más mayor que él. Por desgracia la vida no es una película de Disney y en muchas ocasiones las cosas no acaban bien.
El orgullo de Omaima Poco o más hay que decir del proceso descolonizador de África, aunque los españoles si deberíamos hablar de nuestras actuaciones en el continente, especialmente los políticos pasados y sobre todo los actuales que rigen el país. La presencia española en el continente, en teoría, yo no lo veo así, fue mínima: Protectorado de Marruecos, Ifni, Sáhara Occidental y Guinea Ecuatorial. Desde el año 1969 esos territorios comenzaron a dejar de ser posesiones españolas, el protectorado de Marruecos lo dejó de ser en el año 1956. Tuvimos el mejor proceso de descolonización del continente como fue el de Guinea Ecuatorial y el peor de todos, el del Sahara Occidental. Un territorio que la incipiente democracia en España abandonó a su suerte. |
En esas extremas condiciones nacen y viven niñas como Omaima. Niñas que con 9 años son mujeres que estudian, cuidan de los más pequeños y ayudan a su familia en la casa. Niñas que mantendrán el espíritu de lucha de su causa a pesar de no haber conocido la tierra que les fue arrebatada a sus abuelos en un conflicto eterno y enquistado.
Aprender de sus formas, su cultura y sobre todo fomentar unos vínculos con unas personas a las que abandonamos hace 49 años. Sus enfados, las miradas de asombro, las risas desmedidas son el mejor vehículo para conocer la realidad de otra parte de África, la de los campos de refugiados que recorren el continente de norte a sur. La realidad de una herencia colonial que sigue afectando a la vida de cientos de personas.