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El feminismo, las mujeres y la vida

15/11/2018

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​Hace unos días, precisamente la tarde que me ofrecieron escribir este artículo, yo estaba en clase de inglés. Voy a una academia donde las clases están enfocadas a aprender de una manera entretenida, con actividades de grupo en las que predominan los juegos, debates o listening de canciones, además de la gramática. Ese día, tras leer por turnos y comentar nuestra opinión sobre una noticia real de una iniciativa publicitaria que había indignado a los australianos al querer usar el edificio de la Ópera de Sidney a modo de soporte para proyectar un anuncio, se abrió el debate en clase: Do people get easily ofended?, es decir, ¿nos ofendemos con facilidad? Varias manos se alzaron. En general, la gente opinaba que sí, que las personas nos ofendemos a la mínima de cambio. La profesora pidió ejemplos. Una chica de unos veinte años se aventuró a responder: “Por ejemplo con el tema del feminismo”, dijo en inglés.
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​Cuerpo en tensión. “A ver qué va a decir”, pensé (en español, todavía no estoy en ese nivel). “Los piropos es un tema con el que la gente se ofende mucho últimamente, y yo creo que no pasa nada, sólo te están diciendo algo bueno, a mí me gusta escuchar cosas bonitas sobre mí”. Alguien advirtió a la chica de que se estaba metiendo en un garden. Risas de todos los compañeros.
​Levanté la mano y, cuando me dieron la palabra, intenté explicarle a ella y al resto del grupo, lo menos atropelladamente que pude (seguramente poco), y lo más claramente que sabía en inglés (también poco), que yo me cruzo muchas mañanas cuando voy a la estación de tren para ir al trabajo (a las 7 de la mañana, cuando todavía es de noche) con un hombre que por sistema me dice algo. ​A veces es “guapa”, otras un simple “hola”, cualquier cosa en un tono nada apropiado que a mí me molesta, me enfada y me asusta (a esa hora apenas hay nadie por la calle). Le he intentado ignorar, le he pedido que me deje en paz y hasta le he llegado a gritar que no me hable (cuando ya estaba a cierta distancia y tras comprobar que había más gente por la calle). A él le da igual porque, probablemente, opinará que no está haciendo nada malo y porque, seguro, no le importa lo que yo piense. Pero a mí no me interesa su opinión sobre mi físico, me interesa su respeto.

​​Me hubiera gustado también decirle a mi compañera de inglés que, si yo fuera por las mañanas acompañada de otro hombre y nos cruzáramos con el desconocido, este con toda probabilidad no me diría nada, porque reconocería que estoy “ocupada” (como si de alguna manera yo fuera propiedad de mi acompañante) y entre hombres sí hay ese respeto. ¿A alguna mujer le han dicho alguna vez un piropo cuando iba acompañada de un hombre?

​También me hubiera gustado explicarle (porque seguro que ella está encantada de gustarle a los chicos y reafirmar así su confianza en sí misma, igual que me pasaba a mí con su edad), que daría igual que el hombre con el que me cruzo fuera un chico joven y atractivo, que seguramente este señor lo fue en su día y por desgracia nadie le dijo nada cuando decía piropos a las chicas por la calle, que además los chicos jóvenes y atractivos cometen igualmente abusos, violaciones y agresiones contra las mujeres, porque no hay un “perfil de violador”, sino que son hombres corrientes, con familias y gente que les quiere, sin un físico en común “de violador” o un comportamiento específico que haga saltar las alarmas en sus círculos familiares y sociales, sino que lo único que tienen en común es que son hombres y… Me hubiera gustado hablarle de muchas cosas, pero no quería acaparar la clase y, si ya resulta complicado hablar sobre feminismo en tu lengua materna, indudablemente yo también me estaba metiendo en un garden. 
Por otro lado, reconozco que es muy cansado defender siempre los derechos de las mujeres ante personas que no están entendiendo las situaciones en las que se vulneran y, muy a menudo, me debato entre entrar al trapo en estas conversaciones o dejarlo correr porque creo que a veces no merece la pena intentar dar lecciones a nadie. Estaba claro que esta chica ya había oído algunos argumentos contra los piropos y, de momento, el mensaje no le había calado.
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Con todo, y a pesar de estar en desacuerdo con su punto de vista sobre los piropos, esa expresión tan representativa de lo que es un micromachismo, que a muchas y a muchos nos ha costado aprender a identificar como algo efectivamente machista, esta chica dio en el clavo en una cuestión indispensable: nos ofendemos muy fácilmente cuando hablamos de feminismo. Nos ofendemos las mujeres feministas cuando no se entiende y se critica nuestra postura sobre determinados comportamientos que nos discriminan, se ofenden los hombres (da igual si apoyan o no el feminismo) porque se sienten atacados cuando se les habla de sus privilegios y actitudes machistas frente a las mujeres, y nos ofendemos también entre feministas por las discrepancias que tenemos a la hora de entender distintos aspectos del feminismo. Ni siquiera hace falta tener acaloradas discusiones sobre el tema (aunque muchas veces ocurra) para que nos sintamos un poquito heridos. 
​¿Por qué nos ofendemos? Como en toda reivindicación social de un colectivo para alcanzar derechos de los que históricamente se les ha privado, hay una parte de la sociedad que ya disfruta de esos derechos (en este caso los hombres) a costa de otra parte a la que se le niegan (en este caso las mujeres). Todos hemos crecido en la misma sociedad, pero no todos hemos aprendido a identificar y valorar de la misma manera las desigualdades que se dan en ella. Sin embargo, nos damos por aludidos porque este tema nos incumbe a todos.
Al salir de clase de inglés y ver el mensaje invitándome a escribir sobre este tema, acepté enseguida. Acababa de vivir una de esas situaciones tan habituales en las que se cuestiona el feminismo y salí pensando precisamente en aquello sobre lo que me pedían escribir. No voy a decir “no podía ser una casualidad”, podía serlo perfectamente porque ocurre muy a menudo.

La importancia del feminismo en la sociedad

¿Y por qué seguir discutiendo? ¿Acaso tiene sentido seguir manteniendo esta lucha en la actualidad donde las mujeres ya somos iguales que los hombres ante la ley en la mayoría de países del primer mundo? En primer lugar, que no sea en todo el mundo ya sería motivo suficiente para seguir reclamando lo que se le ha venido negando a nuestro género a lo largo de la historia: libertad, visibilidad, independencia, educación, participación o derecho a decidir sobre nuestro propio cuerpo y sobre nuestra vida, entre otras cosas.

Pero es que, además, la igualdad en el papel no significa una igualdad real tampoco en las sociedades más avanzadas. En España, sin ir más lejos, los últimos datos disponibles nos muestran que la situación de la mujer todavía no es la ideal:
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  • Cada 5 horas se denuncia una agresión sexual con penetración (Fuente: Ministerio del Interior).
  • Tanto estas agresiones como otros delitos contra la libertad sexual (entre los que se encuentran el acoso, la corrupción y pornografía de menores y el resto de tipos de violencia sexual) han aumentado con respecto a 2017.
  • Más de 166.000 mujeres denunciaron el año pasado maltrato por parte de sus parejas o exparejas, en torno a 14.000 cada mes. Además, cerca de mil mujeres han sido asesinadas como resultado de la violencia de género desde 2003, cuando se empezaron a contabilizar. Fuente: Delegación del Gobierno para la Violencia de Género.
  • La tasa de paro femenino es de 19,03 % frente al 15,66 % de tasa de paro masculino (además, la brecha de género en la tasa de paro sigue aumentando). Fuente: Informe “8 de marzo” Día Internacional de la Mujer, UGT.
  • La mayoría de las mujeres inactivas en España, lo son por dedicarse a labores del hogar. Fuente: UGT.
  • La remuneración bruta media de las mujeres asalariadas es un 23 % inferior a la retribución bruta media de los hombres. Fuente: INE.
  • Solo el 17 % de los consejeros en las grandes empresas son mujeres, por debajo de la media europea. Fuente: Fedea.
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​Con estos datos, por más que muchos se empeñen, no se puede afirmar que vivimos en igualdad. El feminismo sigue siendo necesario para que todas y todos seamos libres y dueños de nuestras vidas. Porque, al fin y al cabo, el feminismo es una teoría de la justicia que trabaja para que las personas puedan vivir como decidan y ser lo que deseen, sin un destino marcado por el sexo con el que han nacido. 

​Esta definición de la periodista y escritora Nuria Varela, experta en feminismo y violencia de género, en su libro Feminismo para principiantes podría aludir especialmente a las mujeres, al fin y al cabo somos el sexo en el que vemos representada esa discriminación y violencia, esa falta de derechos y oportunidades, esa opresión. Sin embargo, en esta definición (hay muchas otras) no se habla de mujeres y hombres, se habla de libertad y de igualdad entre sexos. Sería igualmente válida si los hombres fueran los perjudicados por una sociedad en la que las mujeres acaparásemos todos los privilegios.

​Más aún, esta definición también implica una liberación para los hombres, cuyo destino también ha sido marcado por el sexo con el que han nacido. El feminismo viene a romper los acotados roles de género con los que no se identifican muchas personas, sean hombres o mujeres. Porque mientras que de las mujeres se espera que seamos sensibles, discretas, bellas, frágiles, maternales, sumisas, emotivas y otros tantos rasgos que aún hoy en día está mal visto que no tenga una mujer, ellos deben ser fuertes, valientes, conquistadores, exitosos, caballerosos e independientes. Es cierto, no en todas partes está mal visto que no seamos hermosas u obedientes, o que ellos no sean audaces y varoniles. Pero no hablamos de cada caso, hablamos de la sociedad en su conjunto.
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​Si la igualdad nos beneficia a todos y las críticas están dirigidas a la sociedad, seguramente lo más lógico sería no ofendernos, pero las diferencias entre lo que cada uno considera qué es el machismo o el feminismo y los ejemplos concretos, duelen. Es difícil que no nos lo tomemos como algo personal cuando nos están echando en cara nuestros defectos y contradicciones. Sobre todo cuando no las entendemos o no estamos de acuerdo.
Pero en lo que sí deberíamos coincidir, por llegar a un acuerdo de mínimos, es en la libertad, la igualdad y el respeto a la vida. Y si a día de hoy todavía se pasan por alto estos valores en el caso del género femenino es porque todas y todos hemos crecido en una sociedad machista. Aunque nos hayamos criado rodeados de mujeres, en una familia en la que se repartían las tareas domésticas y la madre fuese la única que trabajase y llevase el dinero a casa, y aunque nos hayan inculcado valores feministas desde pequeños. Nadie se libra de los mensajes recibidos en el colegio, en la televisión y en el cine, en la literatura, en la publicidad o en la calle. Con darnos cuenta, aceptarlo e intentar cambiar las actitudes y estereotipos que mantienen a las mujeres en una situación de desigualdad, estaremos contribuyendo a que el mundo sea un poco menos injusto, sobre todo con el género femenino pero, en definitiva, con ambos. 

Porque nada hay de malo en que un hombre sea sensible, se preocupe de su aspecto físico, lo más importante para él sean sus hijos y no el éxito profesional o no le guste el fútbol. Igual que nadie tendría por qué cuestionar que a una mujer sí le guste el fútbol o incluso juegue a él (como yo), no le guste depilarse o maquillarse ni las comedias románticas o no sepa ni le interese cocinar. Pero atención, si una mujer se depila y le gusta ir maquillada, si le apetece casarse y tener hijos, o si a un hombre le encanta el deporte, su trabajo y le apetece quedarse soltero, tampoco es criticable. La clave es la libertad de ser quienes queramos ser y vivir como decidamos, siempre que no impidamos que otros vivan en libertad y se realicen a costa de nuestra propia realización personal. Por supuesto, esto incluye a nuestra pareja.

El amor, las mujeres y la vida

En su antología El amor, las mujeres y la vida, el poeta Mario Benedetti habla de la contradicción que le supuso en su adolescencia enfrentarse a la obra del filósofo Arthur Schopenhauer El amor, las mujeres y la muerte. Ya desde el título, advierte Benedetti, el meter estas tres palabras juntas en un mismo saco (aunque luego tratase cada término por separado) no era fortuito, sino prueba de la misoginia que el autor alemán, igual que muchos otros hombres ilustres a lo largo de la historia, exhibe más adelante a lo largo de su obra. Es solo uno de los muchos ejemplos del desprecio con el que se ha mirado al género femenino desde hace siglos y, aunque el libro no trate en realidad sobre la violencia ejercida contra las mujeres, el título de la publicación de Schopenhauer bien podría encabezar las estadísticas sobre violencia de género que se actualizan cada día.
​A pocos días de la celebración del Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, que se conmemora cada 25 de noviembre para sensibilizar y llamar la atención sobre este problema, así como para que  los gobiernos tomen medidas y para que los ciudadanos así lo exijan a sus representantes, estos son algunos de los datos alarmantes que la ONU pone sobre la mesa en relación con la violencia ejercida contra las mujeres a nivel global:
  • En todo el mundo, una de cada tres mujeres ha sufrido violencia física o sexual, principalmente por parte de un compañero sentimental.
  • Solo el 52% de las mujeres casadas o que viven en pareja decide libremente sobre las relaciones sexuales, el uso de anticonceptivos y su salud sexual.
  • Casi 750 millones de mujeres y niñas que viven hoy en día se casaron antes de cumplir 18 años, mientras que al menos 200 millones de ellas se han visto sometidas a la mutilación genital femenina.
  • A nivel mundial en 2012, en uno de cada dos casos de mujeres asesinadas, el autor era su compañero sentimental o un miembro de su familia.

Llama la atención que gran parte de las agresiones que sufrimos las mujeres sean perpetradas precisamente por las personas que se supone deberían amarnos: nuestras parejas o familiares. ¿Por qué, precisamente, son los que se supone que nos quieren los que con mayor frecuencia nos quitan la vida? Llegados a este punto, no podemos dejar de reflexionar sobre qué puede llevar a los hombres a creer que la vida de las mujeres les pertenece hasta el punto de poder decidir incluso quitársela, simplemente porque estas hayan decidido compartir su vida con ellos o porque sean miembros de su familia.

En este sentido, debemos saber que hay muchas formas de violencia ejercida contra las mujeres. La física sólo es la punta visible del iceberg, pero hasta llegar a esta hay muchas otras sosteniendo toda la estructura de violencia de la que parece que solo somos conscientes cuando aparecen en las noticias más casos de mujeres asesinadas por sus parejas o exparejas. Así, nos encontramos con la violencia psicológica, la violencia económica, la violencia institucional y, debajo de todas ellas, la violencia simbólica. Esta es la más difícil de identificar porque está normalizada. La forman todas las costumbres y comportamientos que hemos interiorizado y dado por buenos, aunque no lo sean, y perpetúan las relaciones de poder a través de mensajes que hemos aprendido a aceptar como inofensivos: la publicidad, el lenguaje, los dichos y refranes, las películas.

Y si todos hemos crecido con estos mensajes es difícil, tanto para quien se beneficia de esas relaciones de poder como para quien las sufre, aprender a identificarlos. Por este motivo somos muchas veces las propias mujeres las que contribuimos a perpetuar este sistema, sin cuestionarnos la violencia que ejerce contra nosotras. Sin pensar que en el nombre del amor estamos dejando que nos manipulen y sometan. Frases como “quien bien te quiere te hará llorar”, “en el amor todo vale” o “los que se pelean se desean” no hacen sino legitimar y justificar que a menudo nos conformemos con relaciones que nos hacen sufrir y renunciar a ser quienes somos solo porque nos digan que nos quieren.

Es cierto que las estadísticas sobre desigualdad y violencia contra la mujer se actualizan y recuperan anualmente sobre todo en dos fechas concretas: el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer y el 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer. Sin embargo, dado que las mujeres experimentamos discriminación y violencia los 365 días del año, todas y todos deberíamos cuestionarnos qué podemos hacer para cambiar esta situación.

Mujeres y hombres, sin excusas y sin ofendernos, tenemos que reflexionar sobre qué actitudes siguen perpetuando la discriminación y la violencia contra el género femenino, sin olvidar que los comportamientos y mensajes que parecen más inofensivos, si están construidos sobre la base del machismo, contribuyen a mantener un sistema injusto. Porque la igualdad es un objetivo común y un derecho incuestionable. Cada día.
Marta Ochoa
Periodista especializada en temas sociales, técnico de Comunicación del Centro Español de Documentación sobre Discapacidad (CEDD) e integrante del Consejo Asesor de Gentinosina Social.
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