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Las raíces de la humanidad

2/10/2019

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Por Paula Herrero Baladrón
Para quien no haya viajado o sea su primera vez, África deslumbra. ​En mi más sincera opinión todo en ella es… intenso e impactante. En lo bueno y en lo malo, me cuesta encontrar un término medio. En su luz y su color, en su exuberante vegetación, su fauna, en sus diversas culturas, en sus días y noches… y en las condiciones de vida de sus gentes. 
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​Llegamos a Uagadugú de madrugada, lo que recuerdo que me dio mucha pena, estaba ansiosa por ver bien todo lo que me rodeaba. Recuerdo estar a las cinco de la madrugada junto con una de mis compañeras, acompañándonos mutuamente en el desvelo por la emoción, cuando de pronto oímos a lo lejos cantos. Había llegado el primer rezo de la mañana para la población musulmana de Uagadugú. Junto a aquellos cantos, los gallos también despertaron, con ellos las cabras que dormitaban en los rincones de la ciudad y no mucho después, “le soleil” nos daría los buenos días, mostrándome por fin el nuevo mundo que nos rodeaba. 
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​Y en este punto, me hice la típica pregunta: ¿de verdad realizamos una labor aquí? La respuesta no llegó rápido y sabía que debía tener paciencia en buscarla, sin asustarme y sin entristecerme, simplemente vivirlo. La respuesta llegó más tarde. Mis ojos veían pobreza allá donde mirasen y esa fue la primera impresión. Después empecé a fijarme más en todos los detalles. La pobreza seguía y no se iba a ir por mucho que yo lo desease, pero vi sonrisas, vi muchas sonrisas. Sonrisas que salían del alma. Vi ojeras fruto del desvelo por el hambre y la desesperación y aún con el cansancio se ponían el bebé al costado y salían a trabajar en jornadas casi interminables. Vi miradas de cariño, respeto y empatía por el prójimo. Vi niños y niñas riendo y divirtiéndose con neumáticos gastados manejados con un palo, vi tanto que me quedé deslumbrada.
​En Burkina Faso todo es intenso e impactante en lo bueno y en lo malo. ​​Tras dos días de descubrimiento en una de las ciudades de Burkina Faso, pusimos rumbo por fin a Gaoua para finalmente llegar a Sansana, una de las muchas aldeas donde viviríamos los próximos dieciocho días. Y fue en Sansana donde encontré respuesta a mi pregunta. 

​Y la respuesta fue satisfactoria, real, emocionante y maravillosa. La acción llevada a cabo por la ONG Escuela Sansana es sin duda magnífica. Desde ese momento aprendí una lección muy valiosa que debo agradecer a todos y todas las impulsoras de este proyecto, y es que hay que creer que con pequeñas acciones llegas a hacer grandes cosas si de verdad quieres y lo haces con amor. 
​La llegada a Sansana fue espectacular. No recuerdo tantos niños y niñas a mi alrededor jamás. Todos queriendo hablar contigo, con una sonrisa en la cara que podían mover todo mi mundo interior. Los caminos arcillosos, las casas de barro y paja, los árboles que miraban tan al cielo que a veces era imposible encontrar sus finales, las gallinas y los cientos de cabras, las aves rojas, el baobab sagrado, sus gentes, el sol escondiéndose tan rápido como un parpadeo en el horizonte y su luna, su gran e inmensa luna. 
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Las actividades con los y las niñas (circuitos deportivos, trivial, tangram, dibujo, comba, fútbol, pulseras…)  eran siempre bien recibidas y todos estaban deseosos de más y nosotros también. Visitamos los proyectos; las escuelas construidas, huertos, molinos, pozos, el centro de formación para mujeres, el gallinero… realizamos plantación de árboles… cada día era más intenso, pero más especial que el anterior.
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Las labores sanitarias fueron algo más duras y me llevaron a un punto de reflexión que nunca había tenido. Considero que hicimos una gran labor sanitaria logrando que muchas de las heridas se comenzasen a curar, logramos calmar el dolor un tiempo. Y es de mencionar el coraje de aquellos pequeños, tan fuertes y valientes. Pero nos deja por otro lado la frustración tan grande que genera que aquellos niños y niñas alcancen tal gravedad en sus heridas por falta de recursos…por falta de interés de los “más poderosos”…
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Tras una semana, partimos a otra aldea: Holly. He de añadir que parte de mi se quedó en Sansana y con sus gentes… siempre la llevaré en mi corazón, y volveré, prometido que lo haré.
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En Holly, pese a que la esencia podía parecer la misma, era una aldea completamente distinta, en su cultura, su paisaje, sus gentes… Nos acogieron al igual que en Sansana, con muchísimo amor y cariño. El paisaje era espectacular, estábamos mucho más metidos en plena sabana. 
​Entre los verdes maizales podías ver a las mujeres cosechar y a los hombres sembrar, junto con los niños. Los días eran tranquilos en Holly, salvo los días de mercado, donde personas de otras aldeas venían a vender o comprar. La mezcla de olores, con sus jabones de karité, su pescado frito, los aceitosos gateaux… telas de colores, alfombras llamativas… aquellos días Holly era un lugar diferente y nosotros tuvimos la oportunidad de sentirlo. 
​Las actividades y curas sanitarias fueron con más fluidez aquí. Debo mencionar el día que llevamos a los niños y niñas de excursión, donde pudimos visitar el Loropeni, el reino Gan, el museo lobi, unas vistas increíbles de la ciudad de Gaoua… aquellos niños, probablemente la mayoría, no habrían hecho nunca algo así. Esas caras de ilusión son algo por lo que merece la pena hacerlo una y otra vez. Una experiencia sin duda mágica con el extra de que pudimos ver monos y en ese momento no se quien saltaba mas de alegría si los niños o nosotros los voluntarios. 

​Visitamos también las aldeas de Koul Bo y Nionio donde una vez más la bienvenida fue emocionante, como conocer a sus gentes y compartir el día junto a ellos y sus costumbres.
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Para cerrar el viaje visitamos otros lugares como Banfora, Los picos de Sindou, Los domos,  Bobo-Dylaouso y el santuario de cocodrilos (impactante cuanto más). 
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En Bobo Dylaouso pude empaparme de la cultura mezclada entre los herreros, animistas, musulmanes y criollos, estos últimos los llamados “músicos de la ciudad”. Pudimos contemplar la inmensidad de la sabana desde lo alto en los picos de Sindou, o aprender que plantas son venenosas. Un cierre de viaje inolvidable.

Por último, para mí es un honor despedir todo este largo escrito repleto de emociones y nuevos aprendizajes, mencionando al magnifico equipo con el que fui, y por el que fue en su gran mayoría inolvidable. Me recordaron lo que es trabajar de verdad en equipo, aprender de nuevo a forjar amistades que duraran para siempre. Porque esta experiencia nos ha unido y unos a otros hemos sabido hacerla mas enriquecedora de lo que de por si era.

Sin duda, Burkina Faso te conecta con las raíces de la humanidad.
Paula Herrero Baladrón.
Enfermera en la III edición de nuestro Voluntariado de verano 
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