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La mirada de Modeste y el orgullo de Omaima

28/5/2024

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Por Antonio Olalla (texto y fotos)
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​​Es difícil explicar las emociones producidas cuando viajas a determinados sitios del planeta alejado de los focos turísticos y de las aglomeraciones de 'cazadores de selfies'. También es complejo definir cuando conoces la realidad y el día a día de las personas que viven en esos lugares. Cómo nacen, se relacionan, conviven con su realidad y por supuesto cómo mueren.​
​​​Una de esas realidades, olvidada en los tiempos que corren, es el hambre y sus consecuencias. En los 80 con las hambrunas en el Cuerno de África cierta ola de conciencia recorrió las mentes del llamado 'Primer mundo' y se realizaron diversas campañas que paliaron esas hambrunas. Pero las políticas de los países privilegiados no cambiaron, y eso era un hecho fundamental para evitar esas hambrunas. Esos países siguieron ejerciendo sus políticas neocoloniales e incluso sus servicios secretos facilitaron el asesinato de políticos como Sankara que podían haber dado un vuelco a su continente.
​Con la llegada del siglo XXI el panorama es desolador. Las mentes del 'Primer mundo' se cerraron, y no solo a nivel de fronteras, también lo han hecho a nivel de conciencia. Vivimos en un mundo en el que tendemos a apagar los informativos para no ver el sufrimiento de los demás. A ignorar que mueren niños en Sudán, Gaza, el Sahel, República Centroafricana, Congo, en las fronteras de la UE y un largo etc de lugares con el objetivo de vivir una vida feliz e irreal, llena de complejos y basada en la burbuja del hedonismo y el narcisismo de las redes sociales.
​La mirada de Modeste
Uno de esos niños es Modeste. Él sufre una desnutrición crónica debido a la pobreza de la región donde vive, entre las fronteras de Burkina Faso y Ghana, en el pequeño pueblo de Sansana. Allí la situación es todavía más complicada, zona de frontera con grupos terroristas actuando y los coletazos de la crisis del Covid que todavía se sienten en una de las zonas menos desarrolladas del mundo.
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​Modeste pertenece a una familia pobre de aldea, con mirada triste y ojos vacíos se le ve deambular siempre tras los pasos de su hermana mayor Adeline, la que de verdad cuida del pequeño. Vestido con sus ropas raídas o desnudo recorre los lugares de la aldea que su hermana visita, siempre cansado, siempre agotado.
Su caminar perdido y sin fuerza es la paradoja de muchos niños en el continente. Es similar al de los menores que huyen de las bombas en Jartum (Sudán), al de las niñas que se esconden en el río Níger para evitar ser violadas o al de los niños de Malí que hacen cientos de kilómetros por tierras inhóspitas, sin agua y sin comida. Los sonidos del hambre que azotan el continente.
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La desnutrición trae debilidad y esa debilidad te deja sin fuerzas y frágil ante las enfermedades. Uno de esos problemas de salud es la Malaria, mortal con desnutrición. Y Modeste la ha sufrido varias veces, cada vez ha salido más débil a pesar de los cuidados de su hermana Adeline, poco más mayor que él. Por desgracia la vida no es una película de Disney y en muchas ocasiones las cosas no acaban bien.
​Hace dos meses Modeste no pudo superar un nuevo brote de Malaria, su cuerpo ya muy castigado por el hambre y la enfermedad se rindió. Y el pequeño murió. Sí, murió... ni voló al arco iris, ni marchó. Murió por no poder pagar los 3€ que vale un tratamiento, murió porque solo le quedaba la ayuda de su hermana de 15 años. Y murió para ser un número más de los miles de niños fallecidos en África ante las épicas hambrunas que se están avecinando por el olvido del llamado 'Primer mundo' y su narcisismo. Nadie se acordará de él, solo Adeline y los que pasamos horas con él.
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El orgullo de Omaima
Poco o más hay que decir del proceso descolonizador de África, aunque los españoles si deberíamos hablar de nuestras actuaciones en el continente, especialmente los políticos pasados y sobre todo los actuales que rigen el país.
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La presencia española en el continente, en teoría, yo no lo veo así, fue mínima: Protectorado de Marruecos, Ifni, Sáhara Occidental y Guinea Ecuatorial. Desde el año 1969 esos territorios comenzaron a dejar de ser posesiones españolas, el protectorado de Marruecos lo dejó de ser en el año 1956. Tuvimos el mejor proceso de descolonización del continente como fue el de Guinea Ecuatorial y el peor de todos, el del Sahara Occidental. Un territorio que la incipiente democracia en España abandonó a su suerte.
Fruto de ese desastre y esa traición española hacia los saharauis, cientos de niños y de generaciones de saharauis han nacido en los campamentos de refugiados de Tinduf, un lugar en la hamada argelina donde más de 300.000 personas malviven achicharradas por el sol.
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En esas extremas condiciones nacen y viven niñas como Omaima. Niñas que con 9 años son mujeres que estudian, cuidan de los más pequeños y ayudan a su familia en la casa. Niñas que mantendrán el espíritu de lucha de su causa a pesar de no haber conocido la tierra que les fue arrebatada a sus abuelos en un conflicto eterno y enquistado.
El orgullo de Omaima se aprecia en su mirada firme, sus gestos y su condición de luchadora antes de ser adulta. Sobre ella y niñas como ella que forjarán el futuro de los suyos y trascenderán con el tiempo entre las dunas y los solitarios días del desierto. Las familias que tienen la experiencia de acoger a niñas como Omaima disfrutan de la suerte de convivir y chocar culturalmente con ellos.

Aprender de sus formas, su cultura y sobre todo fomentar unos vínculos con unas personas a las que abandonamos hace 49 años. Sus enfados, las miradas de asombro, las risas desmedidas son el mejor vehículo para conocer la realidad de otra parte de África, la de los campos de refugiados que recorren el continente de norte a sur. La realidad de una herencia colonial que sigue afectando a la vida de cientos de personas.
​Una realidad que queda en tu cabeza cuando estos niños saharauis acaban sus vacaciones en sus familias de acogida. La tristeza de su marcha se mezcla con la incertidumbre del ¿qué pasará?, pues vuelven a una zona de conflicto, con toques de queda, minas antipersonas y una inestabilidad muy compleja. Pero a pesar de todo siempre con la cabeza firme, con el orgullo de Omaima.

Antonio Olalla
​Periodista y reportero en el Sahel
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